viernes, 22 de mayo de 2015

EL BOSQUE DE ESTATUAS


El Bosque de Estatuas.
-Es una vida extraña- díjose Tom acostado bocarriba en el suelo de la olvidada azotea de un edificio que apenas se mantenía en pie.
Le gustaba eso de mirar el cielo, aunque no estaba seguro si se podría seguir llamando cielo a eso. Al  menos no era la descripción  que había dado su abuelo al referirse a él. No era ese enorme espacio azul  decorado con hermosas y esponjosas nubes y un gran sol que cada mañana salía a entregar luz a todos. Tampoco sabía de esas noches llenas de estrellas titilantes y lunas llenas y menguantes. No.
El que conocía pasaba de unos grises claroscuros y estaba desprotegido de nubes, estrellas, luna o sol.
Permanecía invariable. Por tanto, no existía noche o día u horario vigente que no fuera uno extraño que se había inventado él mismo.
En un intento por encontrar algo se asomó a la esquina del lugar, pero no vio nada en específico. Decidió  bajar a la calle. Un sentimiento de soledad le sobrevino de pronto. A su alrededor un bosque de estatuas de todo género se extendía hasta donde pudo divisar.
En su mayoría, mostraban expresiones llenas de desesperación y espanto al saber su cruel final. En especial había una que le llamaba la atención. Una mujer se exponía en el medio de la multitud arrodillada alzando las palmas de sus manos  juntas hacia arriba como lanzando una plegaria hacia ese cielo que ya solo existía en las memorias que le había dejado su abuelo.
Tom estaba a su lado  como perdido en esos ojos que yacían cerrados, se  sentó recostado a ella. Por alguna razón no se sentía tan solo. Le gustaba pensar que había  alguien para el ahí, que le protegía y rezaba por él. Era un sentimiento extraño pero se sentía seguro en  la espalda de esa estatua. Juraba que sentía su calor cuando se apoyaba a ella y eso le brindaba un sentimiento de tranquilidad.
Aquel día se quedó dormido a la intemperie y tuvo un sueño del día en que todo acabó. En ese momento nadie sabía lo que iba a ocurrir. Sólo tenía seis años y su abuelo lo cuidaba mientras sus padres trabajaban. En el apartamento había una gran ventana que daba a la ciudad concurrida y llena de vida, recuerda.
En  aquel momento mientras su abuelo leía el periódico sentado en una silla, él fijó su mirada en un edificio gigantesco. Mientras lo hacía,  el tiempo pareció detenerse de forma desagradable cuando algo explotó. Su abuelo ahora tomaba su mano con fuerza y lo llevaba hacia un lugar oscuro, lo abrazo con desesperación mientras el suelo retumbaba y se escuchaban las consecuencias de la explosión. Cuando llegó el silencio salieron para comprobar que la ciudad oficialmente era de piedra. Después de eso, su abuelo estuvo junto a él como dos años pero terminó por convertirse en piedra también.
Aquel despertar lo hizo sentir tan triste y solo, que ni si quiera ella lo haría sentirse mejor. Ya hacía mucho que no hablaba  con nadie y eso le perturbaba de gran manera. No quería levantarse. Quería volver a esos días cuando no estaba solo, o cerrar los ojos y no despertar como su abuelo. Pero con él no era así. Se sintió el hombro y la pierna derecha pesados. Con una muestra de curiosidad desabrocho sus zapatos para ver lo que ya se temía.
Miro al cielo como la estatua buscando algo de compasión pero no obtuvo respuesta alguna y entonces comprendió que quien ella buscó en su momento también se había petrificado. Por su rostro cayó una lágrima.
–Un hombre no puede morir sin haber sentido el calor del sol en el rostro o amar a alguien sin condición– Eso había dicho su abuelo pero ahora lo creía imposible.
Por eso iba cada día a la azotea esperando encontrar la luz pero nunca estaba ahí. Las dos cosas que más amaba se encontraban separadas, y elegir, para él,  sería imposible.  Una decisión difícil y egoísta, le hizo decidirse por transportarla a la azotea, tarea ardua pero necesaria que emprendió de  inmediato debido que el tiempo no estaba a su favor.
Cada paso que daba, cada piso que subía, le  hacía sentir miedo porque le parecía que el final de esa escalera significaría su muerte. Pero eso no detuvo su paso ni lo hizo retrasarse. Increíblemente la estatua a su espalda no pesaba tanto como pensó que lo haría. Por su cabeza no paso ni en un momento que su final sería ahí.
Con un esfuerzo final logró poner la estatua en el medio de su lugar especial. De pronto un cansancio acogió su cuerpo.
Cuando recostó su cabeza en el regazo de la estatua sus ojos instintivamente  cayeron  en el muerto cielo sobre el que todavía no daba respuesta. Pero eso ya no le importó. Se sentía pesado y sus ojos se cerraron presas de un perseguidor llamado sueño. De pronto un calor agradable se posó en su rostro, abrió sus ojos por un momento, contemplo la pequeña luz que había bajado solo para él y en una efímera sonrisa cerro sus ojos para nunca abrirlos jamás.
Muchos años después un grupo de personas llego a la ciudad que fue nombrada como el bosque de las estatuas. A una chica del grupo le resulto interesante un edificio en especial e invitó a uno de sus compañeros a subir. Al hacerlo contemplaron el único lugar en donde el sol se asomaba para dar una pequeña ráfaga de luz y donde se encontraba una hermosa estatua de una mujer en cuyo regazo descansaba un joven durmiente.
-Hermoso -dijo la joven- Me pregunto cuál será su historia. 

                                                                                                     Adenydd Bron

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