jueves, 4 de junio de 2015

UNA HISTORIA DE PORCELANA.



Aun seguía ahí  con la mirada inanimada  en torno a la vitrina que nunca se abriría. Siempre había esperado a que algún día llegara a ver el mundo de otro modo. Que sus ojos pudieran expresar  lo que ella podía sentir.
Sí, hacerlo. No significaba un atrevimiento para una simple muñeca de porcelana. Muy valiosa, según  había dicho  la marioneta  bufón.
Sí. Demasiado valiosa para dejar su cárcel de cristal que significaba lo único que había visto desde que aquel hombre de pardos y tiernos ojos la había creado. Su mayor sueño era salir de esa cárcel y que alguien la tuviera en sus brazos.
- Eres solo un adorno. - Había dicho el bufón, sacándola de su única y más adorada utopía.
- Tú también lo eres. - Había replicado la lechuza disecada que colgaba en la sala.
- Sí, así es, yo también los soy pero no pierdo el tiempo soñando en las nubes. - Dijo ya enojado el bufón por el comentario de la  lechuza.
- Hace mucho tiempo yo era libre y surcaba los cielos en la tierna noche. Sí. Libre, sin nadie. Solo el viento y mis alas. Solo con  la luna que deslumbraba mis ojos. Sí ´´Libre´´.
La lechuza siempre contaba eso, pero nunca dijo quien había interrumpido su libertad, ni quien le había quitado los ojos deslumbrados por la Luna para sustituirlos por dos chinatas de color azul profundo. Ella siempre conto como era el mundo visto desde su alma.
El bufón también lo había visto. Una noche contó contagiado de emoción que hacía muchos años él era famoso. Era una de las pocas  marionetas que había representado la primera obra de Valle-Inclán.
Esa fue su única obra y la que  más le gustó, porque aunque sus hilos lo manejaran, el sentía cómo le alegraban las risas y los aplausos de aquellas personas. Por aquel efímero momento, el sintió  lo que llaman una lluvia de emociones  alegría, sobresalto, amor y por fin, solo al final, un miedo extremo a perder aquello le hacía tan feliz.
En aquel momento creyó haber encontrado el fin de su búsqueda por la felicidad. Pero como el cachumbambé de la vida nunca se queda en un lugar, un mísero clavo envidioso le robo su futuro  de emociones:
- Sí, un mísero clavo envidioso  que me lo quitó todo. - Decía con una mirada triste y ausente.
Ambos, tanto la lechuza como el bufón habían visto el mundo, aunque sea por un periodo corto, pero ella no lo había hecho. Solo había contemplado esta habitación desde su prisión de cristal, su vitrina según decía aquel hombre:
- Estarás  segura  ahí, mi pieza más preciada. - Decía mientras la presumía ante aquellos aristócratas.
Pieza. Así la llaman. Bueno, no era para sorprenderse. Ella nunca  tuvo un nombre. Desde lo que había visto o escuchado,  los hombres solo se guiaban por el poder. Cómo lucían, que hacían o que decían de ellos. Si era así. Aunque no tuviera mucha concepción podía jurar que era de esa forma.
Pasaron muchos años en los que ya había dejado de pensar en su sueño, más bien su utopía. Después de todo, guiándonos por  el contexto de la palabra era algo imposible.
El hombre que toda una vida la había tenido encerrada yacía en su lecho de muerte. Sólo. Con la excepción de una criada joven, la única, mejor dicho que trabajaba  en la casa. Había recordado como la miraba con ojos almendrados, curiosos, pero nunca le había dicho una palabra.
Cuando el minuto de silencio llegó, más rápido de lo que sus ojos pudieran captar, díjose la última palabra de aquel hombre solo y moribundo que había pasado toda su vida sin amar a nadie más que a sí mismo.
Más que cualquier cosa sintió pena, o eso creyó. Sí. Debió haber sido eso. Pena de alguien que no conoció y pasó su vida ignorante de lo que significaba la palabra amor.
 - Gracias. - Le dijo a la criada, que aunque nunca había tenido cercanía con su señor, le cogía la mano con la más pura sinceridad que alguien podría ver.
- Gracias por no dejarme morir solo.
 Y ese fue el momento  en que aquel hombre cerró los ojos para no abrirlos nunca  más.
- El mundo es increíble. - Se repetía  la muñeca sorprendida.
Toda su vida vio a alguien codicioso que no pensaba en nadie más que en sí mismo.
- Tal vez para ellos la muerte es la única que te abre los ojos. - Se dijo.
Como aquel hombre no tenia herederos  todas las cosas de  la casa, como valiosas que eran, fueron empeñadas. Todas. Por eso nunca vio mas ni a la lechuza, ni la marioneta bufón, todos vendidas.
Excepto ella. Aquella criada la había tomado.
A pesar de ser joven, tenía una hija, Alejandra. Esa mujer  la tomo para dársela a  aquella niña de pelos oscuros y mirada tierna, tan dulce como la miel.
Cuando aquella niña la tomó en los brazos sintió misteriosamente, y para su sorpresa, un alivio. Como si en toda su existencia hubiera nacido en ese instante. Su utopía, ya no era una utopía. Era una realidad.
- Te llamarás Amada, porque se ve que necesitas amor y quiero que hasta el nombre le diga a la  gente lo mucho que te quiero. - Dijo la pequeña con una sonrisa que iluminó la habitación.
- Me puso un nombre? - Díjose - Es un buen nombre, eso quiere decir que no soy una pieza, soy querida. Y no solo querida, amada.
- El mundo se me hace tan grande, tan peculiar y extraño. Es normal cuando he pasado toda mi existencia en una vitrina. Un sueño, es un privilegio. Un privilegio en verdad. Estoy convencida de que mi vida anterior fue el camino para llegar aquí, a este momento. He aquí mi premio, mi gran verdad. Por fin mi mundo se expone a un abierto futuro. Soy Amada, porque ella dijo que quería que todos supieran lo mucho que ella me quiere. Soy una muñeca y no una pieza. - Dijo esto casi sin creerlo y por primera vez en su existencia. Sintió que sus ojos ya no eran desanimados. 

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