miércoles, 26 de agosto de 2015

CULPABLE.

Culpable.
Todos lo sabemos, nuestros defectos, el ser humano es irracional, cruel, infiel, traicionero, envidioso y codicioso, eso todos lo sabemos, es por eso tal vez que muchas veces escondemos algunas de esas des virtudes para no lastimar a los demás.
Encerramos esos demonios para que nadie los vea, pero eso no quiere decir que no estén ahí. Hasta el más perfecto de los ángeles puede caer en la más densa oscuridad.
Eso fue lo que hace mucho aprendí, tal vez por eso es que dudo cuando esta condición nuestra se muestra sin nuestro consentimiento y nos acusa. Después de todo uno nunca sabe cuándo ese demonio pueda salir.
Aquí estoy, el mejor ejemplo posible, encerrada, sacada de mi casa sin discusión y puesta en una prisión, no sé por qué, no me lo han dicho. Recuerdos faltan. En el transcurso de dos días no recuerdo nada, pero la cara de repugnancia de la gente que de cuando en cuando pasa por aquí,  me dice que debe haber sido horrible.
Me dicen que mañana van a hacer el juicio del crimen que según ellos cometí. Dicen que me darán el castigo que me merezco, que de aquí solo me espera la muerte.
Esa noche fue larga. Los sentimientos complejos hacían que todo dejara de tener sentido. Una especie de canario asustado en una jaula. Esa era la imagen que debí dar en ese momento. Por supuesto que era triste, pero las lágrimas no salían por alguna extraña razón.
Aquel juez gordo de fría mirada me miro como presa en un matadero, eso me decía que mi credibilidad sería un cuento de hadas o por lo menos eso presentí.
- ¿Por qué lo hiciste?, ¿qué razones tenías  para matarlo? - Le preguntaron a mi ignorancia.
- No sé nada, no sé de qué se me acusa, ¿quién es esa persona? -  Fue lo que yo le pregunte a la pared.
Fue entonces, cuando ninguno de los dos bandos recibía respuestas que se rindieron. Y me mandaron otra vez a aquel oscuro lugar. Mi sentencia ya estaba decidida desde un principio, la muerte.
Aquella vez, me encontré a mí misma, en un rincón, sin el más mínimo grado de esperanza. Todo había pasado tan rápido que ni siquiera lo atribuía como una realidad. Aquello tal vez era una pesadilla y ya estaba a punto de despertar.
Una mano amiga, aquel que siempre estuvo ahí y nunca se fue,  el que creía en mi inocencia más que yo misma, me ayudo a escapar. Fue entonces cuando sugerí regresar a la casa de aquella que me dio la vida, mi madre.
Nos escondimos ahí, tal vez porque mi subconsciente añoraba recordar físicamente aquel cariño maternal con el que siempre me trató. Tener un consuelo, sentir algo de lo que me dejó y lo que más tarde perdí. Pero solo he descubierto que mi corazón esta tan vacío como este lugar.
Alguien llega, me asomo:
- No salgas- me dijo aquel que junto a mí me apretaba la mano con fuerza.
-Volveré pronto- le dije, dándole un beso en su frente.
No es que supiera que esa persona no me deseaba mal o algo así, y menos que me daría la inesperada noticia de que creía en mí, que solo quería ayudarme. Yo solo quería salir de todo esto lo más rápido posible.
-Ese hombre me dijo que viene ayudarnos- fue lo único que pude decir a aquellos ojos que solo veían por mí y que ahora, sellando un largo abrazo, se mostraban feliz.
Yo no creía en nada, me limitaba a una falsa sonrisa, para calmar su corazón.
Aquel juicio fue más largo de lo que creí, uno tras otro pasaban testigos que conocía y otros que nunca había visto, algunos planteaban mi inocencia con testimonios firmes de mi buena conducta y buen temple. Decían:
- Esta muchacha es tan buena trabajadora, tan competente. Sería una perdida para la sociedad.
Cosas así. Que me hacían plantearme quien era  yo en realidad. Hasta me pareció cómica la pregunta del fiscal:
- Buscamos una asesina o una buena trabajadora.
Por supuesto también hubo aquellos que no perdieron oportunidad para calumniarme por envidias del pasado u otras cosas insignificantes. Hubo una vecina que afirmaba que de niña me vió disecando unas ranas indicando mi carácter psicopático y obrador del diablo, cuando solo se trataba de un proyecto  de ciencia que debía entregar.
Tampoco perdieron tiempo en decir sobre mi personalidad solitaria, y lo extraño de que en toda mi vida solo hubiera tenido un amigo. Cosa que yo encontré lo más normal del mundo viendo que de las personas a mi alrededor él era el único que me hablaba y quería.
El carácter posesivo de mi madre me hizo ser como soy, obviando lo cariñoso y maternal de su ser, conmigo y lo demás .Este juicio era una mentira. Ya me había dado cuenta desde la primera palabra y por eso que no me sorprendí cuando el hombre que me había prometido tanto había dado el golpe de gracia a mi destino.
Una mano agarro la mía con fuerza, pidiendo que no me fuera, que no me llevaran, suplicando por mi inocencia. Pero esa mano fue apartada de mí sin yo poder evitarlo.
- Fe, dónde fuiste? - Me preguntó.
Mi corazón palpitaba fuerte. Sin poder  evitar el pánico me agarre a mí misma en el centro del infierno, y aferrando lo único que me quedaba en posición fetal baje la cabeza. Alguien llegó y alzo la cabeza una vez más para mirarle a la cara al culpable de mi miseria.
Aquel hombre se disculpa y trata de justificarse. No escucho ni la mitad de las palabras para decir que me lo esperaba, que no engañaba a nadie más que a él mismo. Guarda silencio sintiéndose contrariado.
Pido un favor, que me dejara ver a esa persona  por última vez, pero el hombre no dice nada. No promete nada, solo asiente y se va.
Adopté la misma posición de antes esperando una respuesta en el silencio que se me hacía eterna. Aquel hombre potente se paró frente a mi celda, junto con aquel cuyo nombre mencioné. El entra, mientras que el otro se va sin siquiera mirarme una última vez. Creía su deuda saldada.
Él está aquí, me mira en silencio con una mezcla de tristeza y dolor, se sienta tranquilamente  a mi lado. Desde que tengo memoria siempre estuvo ahí, siempre mi amigo y la persona que amo.
Sus ojos me siguen en la inmensa oscuridad como dos lumbres que me guían a él. Pido algo egoísta y me abraza. Actúo como el que ya no tiene que perder y le digo que le amo. Que siempre lo he hecho.
Hago algo que creía imposible  y me asomo ante su rostro, a plantarle un beso que significa todo aquello que pronto perdería, uno que se lleva todo de mí, un adiós vacío y lleno de lágrimas. Él me acepta, pero su voz no me confirma nada, oigo un sollozo y percibo un llanto de quien no soy dueña.
Aún más fuerte me estrecha contra su pecho. No quiere que me vaya, yo tampoco quiero. El agradable calor me hace rendir a una fantasía creada por ambos.
Yo tengo miedo, lo confieso. Miedo de ser aquella que todos dicen. Miedo a llorar sin merecerlo. Miedo a la muerte.
Es hora de irse y nuestros cuerpos no quieren separarse. Violentamente nuestras manos se separan hasta que al fin se sueltan. A él lo alejan y yo me quedo ahí sentada extendiendo mi mano una vez más fuera de las rejas, con una gota de esperanza que se ve mermada casi al momento.
Otra vez en el silencio. Otra vez en el medio de la celda me quedo sola. Tengo miedo y me contengo de llorar porque tal vez no me lo merezco.
En un vacío del que nadie aspira duermo tranquila…tal vez no despierte.

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